lunes, 5 de diciembre de 2011

Diez segundos de omisión de lo estridente del mundo

Siempre ha estado ahí, desde hace años. Nunca he querido nada con él, ni, al parecer, él conmigo. Y tampoco hemos tenido una relación mucho más profunda que la de compañeros. Le admiro y tengo respeto hacia él. Pero no hay más.

Últimamente estamos más cerca, paso más de tiempo junto a él. Su presencia es única. Nadie antes me había mirado tan profundamente.
Esta mañana estábamos él, otro amigo y yo, de pie, junto a una ventana, hablábamos. Ha llegado un momento en el que no podía dejar de sostener su mirada, las palabras y los ruidos de alrededor han bajado de volumen, la luz de la fría mañana se ha vuelto cálida y mientras miraba los detalles de sus pupilas he podido sentir como él observaba lo más profundo de mí ser. También yo pude ver a través de sus ojos, me decían mil cosas, increíbles. Mil sentimientos y expresiones. Calor acogedor, seguridad, duda y miedo, alegría, conformismo y sueño, ganas de vivir lento y de saborear, de llenar lo insaciable. 
Entonces nuestro amigo rió por algo dicho; al apartar la mirada, me repuse y volví.

No hay comentarios:

Publicar un comentario